«Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra» (Isaías 66:2).
Los judíos se gloriaban en su templo, pero ¿qué satisfacción puede hallar el Dios Eterno en una casa hecha por la mano del hombre? Dios tiene un cielo y una tierra hecha de su propia mano; y los templos hechos por el hombre, los pasa por alto para mirar con favor al que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a su Palabra; Él mira con agrado a aquellos cuyo corazón está verdaderamente dolido por el pecado; tal corazón es un templo vivo para Dios.
1. Su mano hizo todo.
La mano de Dios hizo todo lo que vemos, el cielo y la tierra, y todo lo que hay en ellos (Is 66:1-2). En el principio Dios creo los cielos y la tierra (Gén 1:1). En 6 días creó todo, la luz, la bóveda celeste, la vegetación, el sol, la luna, las estrellas, los animales del mar, del cielo y de la tierra, y finalmente al hombre y la mujer (Gén 1:3-27).
El cielo es su trono, la tierra el estrado de sus pies, Dios no habita en templos hechos de mano (Hch 7:47-50). El no habita en edificios, en cuatro paredes, en nada hecho por la mano del hombre ¿Qué casa le podremos construir? Él no mira estas cosas, no se deja impresionar por esto. Tratar de construirle un templo para contenerlo, no es solo caer en idolatría, es jactancia; Dios está muy por encima de todo esto; Él es quien nos hizo, y nos da aliento y vida (Hch 17:22-29).
El habita en el lugar que Él mismo ha edificado: En Su iglesia, levantada sobre Cristo, por medio del Espíritu Santo. El Padre mora en Cristo (Jn 14:10). En Cristo habita toda la plenitud de la Deidad (Col 2:9). Cristo también hizo todas las cosas, es Creador (Col 1:16-17; Heb 1:2). Su cuerpo es el templo de Dios, levantado en la Resurrección (Jn 2:19). El cuerpo de Cristo, la iglesia, es el templo del Dios viviente donde habita el Señor (2 Cor 6:16). Cristo es el ministro del Templo, levantado por Dios (Heb 8:1-2). Dios habita en el corazón de los creyentes, donde hay dos o tres reunidos en su nombre (Mt 18:20), en la iglesia viva que el viene fundamentando sobre Cristo, la Roca, y a través de la comunión de Su Santo Espíritu. Allí habita el Señor, habita en nosotros (1 Cor 6:19). No estamos limitados a adorarlo en un lugar específico, lo adoramos en cualquier lugar, en todo momento, en espíritu y verdad (Jn 4:20-24). Su mano hizo todo, nos hizo, y habita en nosotros, su pueblo, y nos mira con agrado.
2. El pobre y humilde de espíritu.
El Señor no mira lo externo, los templos, lo majestuoso, Él mira el corazón, al pobre y humilde de espíritu. En estos habita y se goza el Señor, a estos mira Él. Dios mira el espíritu quebrantado, el corazón contrito y humillado (Sal 51:16-17). Dios mira al quebrantado y humilde de espíritu, en ellos habita (Is 57:15). Por eso Dios los llama bienaventurados (Mt 5:3-4). El Señor no se deja impresionar por lo externo, Él mira el corazón (1 Sam 16:7).
El pobre y humilde de espíritu como el publicano, será enaltecido por el Señor, el orgulloso fariseo, será humillado (Lc 18:9-14). El Fariseo tiene prácticas religiosas (ora, ayuna, lee la Biblia, se congrega), sin pecados escandalosos (visibles), es muy “correcto”, se escandaliza con el pecador impío más bajo, también con el creyente valiente, celoso, apasionado, muchas veces imprudente, torpe, sin modales incluso; es un moralista, con justicia propia, orgulloso, no se siente un miserable pecador. El publicano, en cambio, llegó a Cristo como un miserable pecador, reconociendo su bajeza e inmundicia, viendo sus pecados escandalosos, y hoy, aunque transformado, con un corazón nuevo, se sigue sintiendo indigno ante Dios. ¿Vemos terrible el pecado, nuestros pecados? ¿Lloramos, nos afligimos? ¿Nos escandalizamos con el pecado ajeno, y no con el propio? ¿Suavizamos, justificamos, encubrimos nuestros pecados? ¿Cómo son nuestras oraciones, pedidas de perdón, el reconocimiento del pecado? ¿Cómo recibimos y damos la exhortación? Dios mira el corazón ¿Qué vería en el nuestro? ¿A un fariseo o a un publicano?
El pobre y humilde de espíritu habla al Señor con ruegos, el altivo tiene un corazón de piedra (Prv 18:23). Él oye nuestros ruegos y nos libra (Sal 34:17). Su mirada y oídos están con los que claman humildemente a Él, pero Su ira sobre los soberbios (Sal 34:15-16). Dios mira con misericordia al humilde de espíritu, pero al altivo mira de lejos (Sal 138:6). Dios no mira al soberbio, lo resiste; sometámonos, aflijámonos, lamentemos, lloremos, humillémonos (Stg 4:6-10). Dios mira el corazón ¿Qué vería en el suyo? ¿pobreza y humildad de espíritu? o ¿soberbia, orgullo, altivez?
Si aún no es salvo, vaya a Él humillado reconociendo sus pecados; Él lo mirará con misericordia, pues Él salva a los quebrantados y contritos de espíritu (Sal 34:18). Vaya a Él así, a estos mira el Señor. Cristo nos dio ejemplo de pobreza y humildad de espíritu. Se hizo pobre siendo rico (2 Cor 8:9). Vino humilde a la tierra (Zac 9:9). Vino manso y humilde de corazón, y llama a acercarnos a Él con el mismo corazón (Mt 11:28-30). Vino por los pobres y humildes de espíritu, a éstos mira (Is 61:1-3). ¿A quién mirará el Señor? Al pobre y humilde de espíritu. ¿Somos de aquellos? “…pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu”.
3. El que tiembla a su Palabra
Los pobres y humildes de espíritu, tiemblan ante la Palabra del Señor. Tiemblan ante ella por lo que es, significa, quién la dice, y lo que advierte (Is 66:5). Su Palaba es temible, hay juicios y maldiciones a los que la desobedecen (Ap 22:18-19). Debemos temblar y callar, pues Dios juzgará al mundo con Su Palabra (Zac 2:13). Temblar ante la Palabra, es temer a Dios, para obedecer sus mandamientos (Sal 111:10; Pr 9:10). Los mansos (Gr.: Prautes) tienen un corazón sensible a los mandatos de Dios, tiemblan ante su Palabra, son bienaventurados (Mt 5:5). Bienaventurado usted si tiembla ante la Palabra del Señor, si no, le ira muy mal (Pr 28:14). Dios está en su trono, nosotros en la tierra, temblemos y callemos (Hab 2.20).
Esdras tembló al ver el pecado del pueblo; pues no se habían separado de las otras naciones, seguían sus abominaciones, se habían metido en yugo desigual; espada, cautiverio, robo y vergüenza les vino (Esd 9:1-7). Pero Esdras y otros que temblaban ante la Palabra de Dios, vieron que vivían en gran pecado, entendieron su deplorable condición; pidieron perdón, lloraron, se arrepintieron, no vieron liviano el pecado, temblaron ante la Palabra del Señor.
El corazón no regenerado teme lo que dice el mundo (falsa ciencia, filósofos, lideres opinión), teme al hombre, la burla, quedar mal, la presión, la pobreza, el fracaso a ojos humanos. ¡Por eso hace lo que el mundo dice! El corazón regenerado en cambio teme a Dios, a la Biblia, pecar, deshonrar a Dios, ser vencido por el pecado. ¡Por eso hace lo que Dios dice! ¿Temblamos ante la presión del mundo? ¿Creemos más al consejo humano (médico, medios, ciencia, psicología), que al consejo de Dios? ¿Temblamos ante la palabra del hombre, o ante la Palabra de Dios? ¿Temblamos ante los que matan el cuerpo, y no al que puede matar el alma?
Temblemos ante la posibilidad de pecar y desobedecer la Palabra del Señor (Sal 4:4). Temblemos ante Su Palabra, no ante los hombres (Sal 119:161). Temblemos ante los juicios que vienen sobre los enemigos del pueblo de Dios (Sal 119:120). Temblemos como Habacuc, porque los juicios podrían ser para nosotros si no temblamos (Hab 3:2). ¿Oye las palabras de Dios? ¿Es de Dios? (Jn 8:47). ¿Es sabio y teme a Dios, o desprecia insensatamente su sabiduría? (Prv 1:7). ¿Queremos ser avivados? Temamos como Habacuc al escuchar su Palabra (3:2). ¿A quién mirará el Señor? A los que tiemblan ante Su Palabra.
Cristo nos dio ejemplo de temblar reverente ante su Padre y su Palabra (Heb 5:7). Vino a hacer la voluntad del Padre (Jn 4:34). Para eso descendió del cielo a la tierra (Jn 6:38). Quien no honra a Cristo con temor y temblor, desata la ira del Padre (Sal 2:11-12). ¿Honramos a Cristo, la Palabra encarnada, ¿con temor y temblor? ¿No? Entonces no ha sido salvo, no es visto por el Señor con misericordia, debe humillarse con un corazón contrito y humillado. Tiemble como Pablo, y ríndase a la voluntad de Cristo (Hc 9:6). Tiemble como el carcelero de Filipos y clame por su salvación (Hch 16:29-30).
Y si ya es de los que tiembla a la Palabra, sígase ocupando en su salvación con temor y temblor (Fil 2:12). ¿A quién mirará el Señor? Al pobre y humilde de espíritu y que tiembla a su Palabra. Humíllese ante Aquel que hizo todas las cosas, y sírvale con temblor: “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana
Escucha el sermón del domingo (22 de Noviembre de 2020): «¿A QUIÉN MIRARÁ EL SEÑOR?»
Comentarios