No podemos tener un avivamiento, si no apartamos nuestros ojos de la vanidad. Debemos pedir al Señor que abra nuestros ojos a lo espiritual, que los aparte de las vanidades de la tierra, para ser avivados.
El ojo humano tiende a mirar las vanidades del mundo, a correr tras ellas, no ve lo espiritual. Cristo debe abrir los ojos del pecador para que lo mire a Él, y aparte sus ojos de la vanidad. Los ojos son la lámpara del cuerpo, si es bueno, el resto es bueno, si es malo, el resto es malo (Lc 11:34-36). Si nuestros ojos han sido abiertos a la luz del evangelio, son buenos, están mirando a Cristo por la Fe, estamos en la luz; nuestro cuerpo es bueno, con corazón regenerado, con la mente de Cristo, sometiendo todo nuestro ser a las pasiones y deseos mundanos. Pero si nuestros ojos aún no han sido abiertos a la luz del evangelio de Cristo, son malos, estamos en tinieblas; nuestro cuerpo es malo, esclavo del pecado y de Satanás, con un corazón de piedra, con la mente en el mundo, en las vanidades de la tierra, satisfaciendo sus deseos, o a lo sumo, solo reprimiéndolos, pero no matándolos; en el camino de las tinieblas, perdición y muerte. ¡Tengamos cuidado, no sea que la luz que creemos tener, sean tinieblas!
Los ojos codician las vanidades; Satanás nos tienta a mirarlas con deleite, es muy astuto, nos muestra el pecado agradable a los ojos, bueno para probar, codiciable para alcanzar sabiduría (Gén 3:4-7). La consecuencia es la muerte, una conciencia sin excusa, desnudos delante del Señor. ¡El que fue por las vanidades, terminará avergonzado ante Dios!
El adulterio entra por los ojos. Es tan terrible, que sería mejor sacarnos el ojo para no caer en él (Mt 5:27-29). Los falsos maestros tienen los ojos llenos de adulterio (2 P 2:14). Hagamos pacto con nuestros ojos para no ver lo indebido (Job 31:1-2). El adulterio, físico o espiritual, lleva a la muerte (Pr 5:5). Todo aquello que nos haga pecar, adulterar contra Dios, apliquémosle el mismo principio: arrancarlo, quitarlo. ¡Quitemos las vanidades de nuestros ojos! ¡No adulteremos! ¡Hagamos pacto con nuestros ojos de no mirar las vanidades!
Satanás cegó los ojos espirituales. El hombre nace ciego espiritualmente, y Satanás lo enceguece más (2 Cor 4:3-4). Satanás es el engañador, el padre de la mentira, tiene enceguecido a este mundo, al impío, para que no mire la luz del evangelio de la gloria de Cristo, y tenga por más gloriosa las vanidades de la tierra. Todo aquel que niegue a Cristo, está en esa condición, ciego a lo espiritual, mirando las vanidades. Satanás enceguece, no puede abrir los ojos espirituales (Jn 10:21). Solo Dios puede abrir nuestros ojos (Sal 146:8). Si usted está ciego, mirando las vanidades, pida a Dios que abra sus ojos, Él abre los ojos-ciegos. Cristo es Dios, hace que los ciegos vean (Mt 11:4-5). Unos ven, pero no quieren reconocer a Cristo, otros son ciegos y verán a Cristo (Jn 9:35-41). ¿De cuál es ud? ¿De los primeros? ¡Será cegado, vuestro pecado permanece! o ¿De los segundos? ¡Sus ojos serán abiertos, verá a Cristo!
El mundo está lleno de vanidades. “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ecl 1:2). El hombre mira esta vanidad, la codicia, la desea, la persigue. Pero el Señor nos manda a apartar nuestros ojos de ella, de la “feria de las vanidades”, de los deleites temporales de la tierra, el pecado, el mundo, la vanagloria.
No amemos el mundo, no alimentemos los deseos de la carne, los deseos de nuestros ojos, no codiciemos la vanagloria de la vida (1 Jn 2:15-17). Todo esto es vanidad, alimentado por la televisión, la publicidad, el marketing, los medios masivos, la educación secular, el gobierno, etc. Los deseos carne, son los malos deseos del corazón, que apetece los placeres sensuales (vicios, sexo, pornografía, alcohol, drogas, vanidad, culto al cuerpo, placer, entretenimiento, diversión, ocio). Los deseos de los ojos añoran, siguen codician, envidian: Riquezas, dinero, posesiones, prosperidad, confort. La vanagloria de la vida es la soberbia y orgullo de la vida, busca su grandeza y pompa, honores, aplausos, Éxito, fama, Estatus, reconocimiento. ¿Busca, añora, o se deleita en estas cosas? ¡Aparte sus ojos que no vean vanidad!
Evitemos las profanas y vanas palabrerías, las herejías de los falsos maestros, conducen a la impiedad, desvían de la verdad (2 Tim 2:16-18). Desechemos las doctrinas nuevas, diversas, filosofías del mundo, las huecas sutilezas, lo misterioso, oculto, las nuevas revelaciones, la superstición, el ir más allá de lo escrito. Que nadie nos engañe (Col 2:3). Desechemos las vanas conversaciones, corrompen el caminar piadoso (1 Cor 15:32-34). Desechemos conversaciones vanas sobre: vanagloria, fama, éxito, TV, novelas, películas, noticias, dinero, posesiones, famosos, inmundicia, doble sentido, chistes profanos, inmoralidad, recuerdos pasado (jocoso), prosperidad, placer, el comer y el beber, las vanidades de la tierra. ¿Es este su caso? “¿qué me aprovecha?”. Mas bien “Velad debidamente, y no pequéis”. Dios nos conoce plenamente, no lo podemos engañar, nos creó, conoce los pensamientos (Sal 94:9-11). ¿Por qué el mundo piensa cosas vanas? Porque no quieren someterse a Cristo, quieren romper sus ligaduras (Sal 2:1-3). Aborrezcamos las vanidades y a los que las siguen; esperemos en nuestro Dios (Sal 31:6). Miremos a Aquel que nos rescató de nuestra vana manera de vivir; Él es más precioso (1 P 1:18-19).
Unos mirarán a Cristo y llorarán por Aquel a quién traspasaron con sus pecados, con sus vanidades, y serán avivados con su Espíritu de Gracia y de oración (Zac 12:10). Otros, la gran mayoría, seguirán en sus vanidades, pero lo lamentarán en muerte eterna, llorarán, pues son como aquellos malvados que lo crucificaron (Ap 1:7). ¿De cuál será usted? Mirar estas vanidades, es abandonar la misericordia de Dios (Jon 2:8). Los israelitas desecharon al Señor, pidieron rey como las otras naciones, querían seguir sus vanidades, sin embargo, Dios los mandó a no hacerlo más (1 Sam 12:20-21). Aunque hallamos caminado en pos de las vanidades, no nos apartemos más de Dios en pos de ellas. Clamemos al Señor “Aparta mis ojos que no vean vanidad…”
El resultado de apartar los ojos de la vanidad es el avivamiento. Necesitamos un despertar religioso, un proceso de conversión espiritual, una restauración, esto solo puede ser producido por Dios.
Miremos lo que dice la carta a los Efesios de alguien avivado (Ef 5:6-20). Tiene discernimiento, no es engañado de las vanas palabras de los falsos maestros. Ha abandonado las tinieblas, las vanidades, anda en luz. Tiene el fruto del Espíritu Santo, no el fruto de la carne, de las vanidades. Agrada al Señor con su vida, siempre indagando y auto-examinádose. Reprende las obras de las tinieblas, el mal, el pecado, herejías, falsos maestros, el mundo y sus vanidades. Es diligente en lo espiritual, anda en el camino de la sabiduría, aprovecha el tiempo bien, no en vanidades. Busca entender y hacer voluntad del Señor siempre, obedece, no es insensato siguiendo vanidades. Esta lleno del Espíritu Santo, no llena su mente y corazón con las vanidades de la tierra. Adora a Dios con su boca, de corazón, lo interno brota por su boca, no tiene vanas conversaciones. Entiende la Gracia, es agradecido con Dios, no se queja, contiende, ni murmura contra Él, sabe que no merece nada. Si no vive así, debe ser avivado, levantado de los muertos: “Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo”.
Debemos arder por Cristo; el cristiano genuino es apasionado, sincero, sensible y afectuoso por el Señor (Lc 24:32). No sirve de nada un conocimiento meramente intelectual, que solo busca la vanidad; debemos vigilar, velar, arrepentirnos de nuestro adormecimiento, de lo contrario seremos sorprendidos (Ap 3:1-3). Debemos tener oraciones avivadas, con sed de Dios, como el ciervo que brama por agua (Sal 42:1-2). Debemos ser celosos; Dios aborrece la tibieza, la vana confianza en la carne (Ap 3:17-19). Debemos ser celosos de su iglesia, de su pureza, como el Señor (Jn 2:17). Debemos ser fervientes en espíritu, diligentes en su obra (Rom 12:11). Un cristiano verdadero es avivado, si no estamos así, pidamos al Señor: “…Avívame en tu camino”.
No podemos pretender un avivamiento si seguimos viendo las vanidades de la tierra, alimentando nuestros ojos con la televisión, el mundo, las vanidades terrenales, anhelando los deleites mundanos, tristes por negarnos a placeres terrenales. Debemos apartar nuestros ojos de estas cosas. Debemos mirar a Cristo, al autor y consumador de nuestra Fe, para combatir ardientemente contra el pecado (Heb 12:1-4). Miremos las cosas de arriba, donde está Cristo (Heb 12:1-4). Clamemos a Él que abra nuestros ojos y veamos claramente las maravillas de Su Ley (Sal 119:18). Pidamos espíritu de sabiduría y revelación, que Dios alumbre los ojos de nuestro entendimiento (Ef 1:17-18). ¡Si no estamos clamando, olvidémonos de un avivamiento!
Si estamos apagados, fríos, en tibieza, en la carne, como viviendo entre los muertos, pidámosle a Dios para volver a regocijarnos en Él ¿Acaso no lo hará si se lo pedimos? (Sal 85:5-7). Clamemos a Dios que aparte nuestros ojos del consejo humano, de las vanidades de la tierra, que no vean vanidad, clamemos que nos avive en su camino de justicia (Sal 119:40). Clamemos fervientemente: “Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; Avívame en tu camino”
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana
Escucha el sermón del domingo (13 de Septiembre de 2020): «¡APARTA MIS OJOS QUE NO VENA VANIDAD!»:
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