«Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque HE AQUÍ, ÉL ORA» (Hechos 9:11)
El Señor da la orden a Ananías de ir a buscar a Saulo de Tarso. El Señor les habla por separado en visión (V1-11). Pablo y Ananías eran hombres de oración, dispuestos a hacer la voluntad del Señor. Pablo sufre un cambio abrupto, pasa de respirar amenazas de muerte contra los discípulos de Cristo, a someterse a la voluntad de Cristo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (V6).
Alguien dispuesto a hacer la voluntad del Señor, va a orar para conocer Su voluntad. Y el Señor le dirá lo que tiene que hacer, como con Pablo (V6): “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. Pablo hablaba con el Señor, oraba, pero también lo escuchaba. Alguien dispuesto a hacer la voluntad del Señor y que ora por ello, será guiado por el Señor a hacer su voluntad. Por esta razón, envía a Ananías, hombre de oración y sometido a hacer Su voluntad, para que lo busque (V10-17). Éste ora al Señor: “Heme aquí, Señor”. Ananías, aunque con reservas a la orden del Señor, pues Saulo había sido perseguidor de sus hermanos; no obstante, obedece (V17). Pablo estaba donde el Señor lo había mandado. El Señor le habló a dos hombres que estaban en oración, sometidos a Su voluntad, y obedientes a su voz.
Muchas veces no entendemos la voluntad del Señor, porque no estamos en oración. No podemos esperar dirección del Señor, si no somos personas de oración. Incluso, muchas veces, el Señor nos habla claro, aunque no seamos muy piadosos, pero somos rebeldes a su voz. Pero estemos seguros que, si estamos en oración, el Señor nos va a guiar a hacer su perfecta voluntad. Y obedeceremos, pues un hombre de oración es un hombre obediente
La señal que le da el Señor a Ananías para que esté tranquilo y cumpla su orden, es que Saulo es un verdadero creyente, porque “él ora”. La señal del cristiano es que ora. Pablo, era un hombre de oración, quería conocer la voluntad del Señor: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Pablo entendía la necesidad de orar sin desmayar, de ser perseverantes (1 Tes 5:17). Suplicaba a la iglesia estar clamando unos por otros en todo tiempo (Ef 6:18). Pedía que se orara por el bien de la iglesia en este mundo gobernado por impíos (1 Tim 2:1-4). Pedía que se orara por la extensión del evangelio (2 Tes 3:1). Pedía específicamente que oraran por él, para que predicara fielmente la Palabra (Ef 6:19-20). Entendía que había tiempos para dedicarse específicamente a la oración (1 Cor 7:4). Pablo anhelaba la salvación de sus parientes según la carne. Por eso oraba fervientemente por ellos (Rom 10:1). Pablo entendía el poder e importancia de la oración. Así se lo transmitía a la iglesia. Pablo, era un hombre de oración. El Señor lo reconoce: “porque he aquí, él ora”.
También vemos otros ejemplos en las Escrituras de como oraba incansablemente el pueblo de Dios, de su comunión con el Señor. La mujer mayor en el templo, permanecía día y noche, en oraciones y ayunos (Lc 2:36-38). La iglesia primitiva, perseveraban juntos en la oración (Hch 2:42). Cornelio, era un hombre piadoso de oración. Sus oraciones fueron escuchadas por el Señor (Hch 10:1-5). Juan, estaba en el Espíritu en el día del Señor. Allí recibió de Cristo la revelación de Apocalipsis (Ap 1:9-11).
También vemos el ejemplo del Señor. De Él podemos decir “He aquí, ÉL ora”. Para elegir los 12, oró toda la noche (Lc 11:1). En Getsemaní, también oró y veló toda la noche, sometiéndose a la voluntad del Padre (Mt 26:36-46). Oró también por Su pueblo para que fuera guardado del mal, y viviera en santidad y verdad (Jn 17). Por eso sus discípulos le dijeron que les enseñara a orar (Lc 11:1). Si nuestro Señor, que era sin pecado, que no tenía que pedir perdón por desobedecer al Padre, o por su necedad, si en Él habitaba toda la plenitud de la Deidad, y aún así oraba de esa manera, ¿cuánto más nosotros deberíamos hacerlo, que somos débiles, torpes, que aún mora el pecado en nosotros, y que aún somos tercos y rebeldes a su voluntad? Pablo y la iglesia temprana oraban incansablemente al Señor. El Señor podía decir de ellos “he aquí ellos oran”, se parecen a mí. Aprendamos de ellos, aprendamos del Señor. ¿Y de nosotros podría decir lo mismo?
He aquí, ¿tú oras? Le estoy preguntando por su salvación. Esa es la característica de los que pertenecen al reino de los cielos. El Señor nos enseñó a orar al Padre por medio de Él, lo podemos llamar “Padre nuestro” (Mt 6:5-13). El impío no tiene este privilegio (Pr 15:8; 28:9, Jn 9:31). ¿Entendemos el privilegio que tenemos? El Señor por medio de la parábola de la viuda insistente nos muestra la necesidad de orar y no desmayar (Lc 18:1-8).
¿Cuánto oramos? ¿Qué pedimos? ¿Oramos por asuntos espirituales, para luchar con el pecado, la santidad, para apartarnos de las cosas mundanas, para que otros se salven? ¿Entendemos que necesitamos la guía del Señor aun en decisiones menores? ¿No hay tiempo para clamar a Dios, agradecerle, hacer nuestros devocionales? ¿estamos siempre cansados, con pereza, siempre hay excusas? Pero ¿para ver tv, ir a cine, salir a comer, pasear, hacer visita, leer cosas seculares, trabajar, estudiar, si hay tiempo, energías y diligencia? ¿y para las cosas espirituales poco o nada? O en el mejor de los casos ¿ora por interés, en dificultades, o de afán? ¿o como el fariseo, delante de otros, porque ama ser visto, o le toca? ¿o como el falso cristiano, para pedir por cosas superfluas y terrenales? ¿oramos por el bien del Reino de los cielos o para el bien de nuestro propio reino? ¿somos capaces de salir sin orar de nuestras casas? ¿No podemos madrugar un poco más, para hablar con nuestro Dios? Si Cristo viniera hoy ¿seríamos de aquellos en los cuales no halló fe? ¿Clamamos día y noche?… He aquí, ¿tú oras? Le estoy hablando de su salvación
Debemos perseverar en la oración. Tenemos muchos motivos para hacerlo. Para conocer íntimamente al Señor (Jer 33:2-3). Para vencer el pecado (Mt 26:41). Por sanidad y perdón (Stg 5:14-15). Por nuestros pecados y los de nuestros hermanos (Stg 5:16). Perseverando en congregación (Hch 2:42). Por la salvación y liberación de los que amamos (Mt 17:14-21). Por nuestra propia salvación, si aún no hemos sido salvados (Hch 16:30-31). El Señor oró al Padre por nosotros, para que seamos guardados en santidad en este mundo perverso (Jn 17:9-24). Clamemos por estas promesas, son buenas, espirituales, pidámoslas, apuntemos a ellas, el Señor las cumplirá. He aquí, ¿tú oras?.
El Señor oye nuestro clamor, como escuchaba el clamor de los israelitas en Egipto (Éx 3:7-10). El pueblo de Dios es un pueblo que clama en medio de este mundo perverso. Es un pueblo que aborrece el pecado y el mundo, quiere ser liberado de este. Esa es la señal (Ez 9:4). Seremos perseguidos por nuestra fe. El mundo, Satanás, y sus ministros, nos querrán callar. Sigamos orando como Daniel (Dn 6:10). Él oye nuestros clamores, angustias, nuestros cabellos están contados, nuestra vida está en sus manos, Él nos escucha. Cristo ya oró al Padre por nosotros, sigue intercediendo por nosotros. Él ha prometido reivindicar a su pueblo. Presentémonos diariamente como el salmista delante del Señor (Sal 5:1-3).
Pablo oraba, la iglesia oraba, el pueblo de Dios ora. El Señor los reconoce. Ese es el sello ¿Estas vivo, eres salvo, eres del pueblo de Dios?… He aquí, ¿tú oras?
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana
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