«Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres» (1 Samuel 22:2).
Esta cita es una tipología del pueblo de Dios y de Cristo. Los afligidos, endeudados, y en amargura de espíritu son recibidos en el ejército del Rey de reyes. La vida de David fue de persecuciones, guerras, tribulaciones, angustias, traiciones, hasta llegar a ser proclamado rey de Israel, asimismo todos los hombres que se unieron a él.
Saul desobedece a Dios y es desechado, el reino de Israel le fue quitado para entregarlo a David (1 Sam 15:24-28). Samuel unge a David, un pastor de ovejas (1 Sam 16:11-13). Al principio, Saúl apreciaba a David, tocaba el arpa para él, calmaba el espíritu malo que lo atormentaba (1 Sam 16:23). David mata a Goliat, no con espada ni con lanza, si no con honda y piedra en el nombre de Jehová (1 Sam 17:45-47, 50). Saul empieza a tener celos de David, pues el pueblo lo empieza a reconocer como un gran líder, y Saul intenta matarlo (1 Sam 18:6-16). Saul procura matar a David de nuevo, y éste tiene que huir para proteger su vida (1 Sam 19:7-10). David y Jonatán, el hijo de Saul, juran en nombre de Dios que esté en medio de ellos y su descendencia (1 Sam 20:41-42). David huye de Saul, y se va a Aquis, rey de Gat, pero con gran temor finge estar loco para protegerse (1 Sam 21:10-15). En estas condiciones estaba David, huyendo como vemos en el capítulo 22 (1 Sam 22:1-5). Vemos su vida posterior hasta llegar a ser proclamado Rey de Israel. David huye al desierto (Capitulo 23). David perdona la vida de Saúl en En-gadi (Capitulo 24). David perdona la vida de Saúl en Zif (Capitulo 26). Mueren Saul y sus hijos (Capitulo 31). David es proclamado Rey de Juda (2 Samuel 2), pues el reino estaba dividido y él estaba en guerra con la casa de Saúl. David es finalmente proclamado Rey de Israel (2 Sam 5:1-5). Así fue la vida de David
El Señor recibe a los afligidos, los abatidos por el peso del pecado, quebrantados de corazón, cautivos, presos del alma, angustiados (Is 61:1-3). Aquel que es consciente del estado y condición de su alma, tiene esperanza de liberación. Todos los que no se han entregado a Cristo, están oprimidos por el Diablo, su espíritu no está tranquilo, su alma está afligida (Hch 10:38). Hay esperanza de liberación de la aflicción para ellos. Si usted está trabajado y cargado, con un yugo insoportable por la carga del pecado, si eso siente, tranquilo, vaya a Cristo para hallar descanso y paz (Mt 11:28-30). Digamos como Jonás (2:2): “Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; Desde el seno del Seol clamé, Y mi voz oíste”.
El gran Rey también recibe a los endeudados, aquellos con una deuda impagable por el pecado, y eso los abruma (Lc 7:41-48). Aquel que es consciente de sus incontables pecados, que entiende la deuda que tiene con el Señor, aquel que sabe que está en saldo rojo con Dios, que sabe que no tiene como pagar, y que es incapaz e inútil intentar saldarla con sus propios recursos; este debe humillarse a sus pies y aferrarse a su perdón. Debe escuchar el llamado de Dios, y saber que solo en Él hay cancelación de la cuenta (Is 1:18). Amigo si usted está así, abrumado, endeudado, sin dinero para pagar sus pecados, pero sediento de saldar su deuda con Él, tranquilo, vaya al Señor y pague sin dinero (Is 55:1). Digamos con voz de alabanza como Jonás, paguemos lo que prometimos, la salvación es de Jehová (2:9).
Cristo también recibe a los que están en Amargura de Espíritu, descontentos con su estado actual (Lc 15:13-24). Todos los que se han deleitado en los placeres del mundo, dando rienda suelta a sus más bajos deseos, gozando los deleites temporales de la tierra, pero empiecen a entender que es vano y vacío, sus ojos comienzan a ver su podredumbre e inmundicia, descontentos con todo esto, y empiezan a añorar la casa del Padre celestial, deben clamar al cielo por perdón, para ser recibidos en el banquete de Dios. Son como Job, hastiados y en amargura de alma, pidiendo ser librados de la condenación (Job 10:1-2). El Todopoderoso nos seguirá poniendo en estas amarguras de espíritu, como a Nohemí, nos vacía y nos humilla (Rut 1:20-21). En ligaduras de muerte, en las angustias del Seol, debemos clamar al Señor (Sal 116:3-4). Clamemos como Ana y hagamos votos al Señor de entregarle todos nuestros tesoros (1 Sam 1:10-11). Clamemos y no estemos más tristes, como ella (1 Sam 1:18). Somos de Cristo, nuestra tristeza se convertirá en gozo (Jn 16:20).
Los que se han entregado de esta manera al Señor, tienen un capitán, Cristo se ha hecho su jefe, como David con aquellos 400 hombres. David es tipo de Cristo.
David era pastor de ovejas, Cristo es el gran pastor de las ovejas. David arriesgó su vida por su pueblo. Cristo dio su vida por Sus ovejas (Jn 10:11). David tuvo compasión de los afligidos, endeudados, y en amargura de espíritu. Cristo tiene compasión de nosotros, los desamparados y dispersos del mundo (Mt 9:36). David en debilidad, venció al gigante Goliat y liberó a su pueblo de la opresión de los Filisteos. Cristo venció en la Cruz a Satanás y sus huestes, venció al gigante del pecado, y nos liberó de la deuda (Col 2:13-15). David fue desterrado, perseguido por Saul, humillado, pero después fue proclamado Rey de Israel. Cristo fue perseguido por reyes, gobernantes, líderes religiosos, despreciado por los hombres, humillado en la Cruz, quebrantado por Su Padre, para levantarse y ser proclamado el Rey del Israel de Dios, el más grande de todos los Reyes, el incomparable, el que llevó los pecados de Su pueblo (Is 53:10-12).
Sin embargo, David vio corrupción, Cristo no, Él resucitó de los muertos (Hch 13:36-37). ¡He aquí, uno más grande que David!
Nosotros, como los 400 hombres, seguimos a nuestro Capitán, al que fue hecho nuestro jefe. Somos lo vil y menospreciado, desechados por el mundo, pero recibidos por Cristo, escogidos por Dios (1 Cor 1:26-31). Éramos los más enfermos, ciegos, cojos, leprosos, sordos, muertos, pobres, todos sanados por el Jefe sanador (Lc 7:22-23). No teníamos ciudadanía, despreciados por el reino del mundo, pero hechos ciudadanos del reino de los cielos por elección soberana, para que anunciemos el nombre de nuestro Jefe soberano (1 Ped 2:9-10). Padeceremos persecuciones, y combatiremos todo tipo de batallas como hicieron aquellos con David. Padecemos el desprecio del mundo, luchando hasta la sangre contra el pecado, mirando al que fue hecho jefe de nosotros (Heb 12:1-3). Seremos perseguidos y despreciados por causa de nuestro Jefe (Jn 15:18-20). Somos predestinados para ser hechos a la imagen de Él, el primogénito de todos nosotros (Rom 8:29). Él nos defiende de todos nuestros enemigos, de todas nuestras angustias y tribulaciones, nos defiende hasta de la misma muerte, Él nos ha hace vencedores en su ejército (Rom 8:33-37). Somos como aquellos que se juntaron a David: “Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres”
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana
Escucha el sermón del domingo (12 de Julio de 2020): «¡LOS QUE SE JUNTARON CON ÉL!»:
Comments