«Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir» (Hebreos 13:14)
El escritor de Hebreos nos dice una verdad que siempre vemos en el pueblo de Dios a lo largo de las Escrituras. Que esta tierra no es nuestra morada permanente, que acá no vamos a estar eternamente.
Esta tierra no era la ciudad permanente de Adán y Eva, ellos debían volver al polvo. Después de la caída en el pecado, fueron desterrados del Edén y condenados a vivir errantes en el mundo (Gén 3:16-24). Así el ser humano, ha pecado, está en muerte, desnudo delante de Dios. Un día vamos a volver al polvo. Debemos cubrir nuestro pecado y buscar la vida en la Simiente prometida, buscarla fuera de este mundo, “porque no tenemos aquí ciudad permanente…”. Harán tampoco era la ciudad permanente de Abraham. Su destino era Canaán, la tierra prometida (Gén 12:1-9). Abraham debía abandonar su tierra y parentela, e ir en busca de Canaán. Así nosotros debemos abandonar este mundo, sus banalidades, sus leyes, su gente, e ir en busca de la Canaán celestial, “porque no tenemos aquí ciudad permanente”. Abraham, Isaac y Jacob habitaron en la tierra prometida como en tierra ajena, vivieron como extranjeros, no era su ciudad permanente (Gén 35:27; Heb 11:8-9). Así nosotros, vivimos como extranjeros en esta tierra, pero que un día heredaremos (Sal 37:11). Una tierra transformada, con cielos nuevos y tierra nueva donde more la justicia (2 P 3:13), “porque no tenemos aquí ciudad permanente”.
Los israelitas estuvieron errantes por el desierto 40 años, rumbo a la tierra prometida. No era su lugar permanente el desierto. Fueron afligidos por el Señor, padecieron hambre y sed allí (Dt 8:1-4). Así nosotros hermanos, vamos caminando por el desierto de la vida rumbo a la Jerusalén celestial. Padeceremos pruebas, tribulaciones, persecuciones, peligros. Pero esta tierra, no es nuestro lugar, no somos de acá, vamos como peregrinos cruzando el desierto de la vida, rumbo a nuestra patria celestial, nuestra morada prometida, “porque no tenemos aquí ciudad permanente”. Tampoco esta tierra caída era la ciudad permanente del Señor. Su lugar es el cielo, a la diestra del Padre (Jn 17:1-5). En esta tierra Él fue humillado, abandonado, desechado y despreciado (Is 53:3-7). Él no tiene, en esta tierra caída ciudad permanente. Deseche este mundo perverso que lo aborreció, conviértase al Señor del cielo, “porque no tenemos aquí ciudad permanente”
No somos de este mundo como Cristo (Jn 17:14-18). Este mundo desprecia a nuestro Redentor, aborrece Su Palabra, Su mensaje, Su evangelio, sus leyes eternas, Su señorío, porque sus obras son malas (Jn 7:7). Por eso también el mundo nos aborrece, porque llevamos Su mensaje. Sus gobernantes desprecian su reinado y soberanía (Sal 2:2-3). Al igual con nosotros, el reino del anticristo hace guerra contra los santos (Ap 13:7). Gloria al Señor, que de donde somos Cristo Reina eternamente, “porque no tenemos aquí ciudad permanente”. No pertenecemos a esta tierra. El Señor nos escoge de acá para sacarnos a otro lugar (Jn 15:18-19). Este mundo nos aborrece, desprecia, difama, se burla de nosotros, odia nuestro mensaje, nuestra manera de vivir, a nuestro Señor. Nos odia porque no pertenecemos a su tierra maldita. Gloria a Dios que no somos de acá, que nuestra morada no es aquí “porque no tenemos aquí ciudad permanente”.
Somos extranjeros y peregrinos, estamos acá de paso. Debemos vivir por las leyes del cielo (1 Ped 2:11-12). Acá nos desprecian injustamente. Dios sacará a la luz la verdad, ellos mismos reconocerán. Necesitamos los mandamientos de nuestra patria celestial para seguir adelante, nos protegen y consuelan (Sal 119:19). Gloria a Dios que no seremos juzgados por los tribunales de este mundo, “porque no tenemos aquí ciudad permanente”. Esto será desecho. Todo lo que vemos será consumido en Aquel Día (2 Ped 3:10-13), incluyendo a sus moradores, que serán atormentados en el infierno por siempre. Este mundo acabará. Cielo y tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Debemos, por tanto, vivir para el cielo, no para la tierra que perecerá. Gloria a Dios que no seremos consumidos con ellos, “porque no tenemos aquí ciudad permanente”. No hagamos tesoros acá, en lo que perece, en una ciudad que no es permanente (Mt 6:19-21). Es vano correr por las cosas de la tierra, no perduran, se desvanecen. No nos apeguemos a ellas. Trabajemos por las cosas del cielo, por lo que perdura por siempre (Jn 6:27). Gloria al Señor que nuestros tesoros no están en esta tierra, “porque no tenemos aquí ciudad permanente”
Esta tierra no es nuestra ciudad permanente, como tampoco lo fue la tierra prometida para los israelitas. Ella era un lugar temporal que apuntaba a la Jerusalén celestial, la ciudad que buscamos, la por venir. Esta es construida por el Señor, por eso la esperamos con ansias, anhelamos esa morada celestial, la que tiene fundamentos cuyo arquitecto y constructor es Dios (Heb 11:8-10). Cristo fue a preparar esta morada para nosotros. Él quiere que estemos allá con Él (Jn 14:2-3). Debemos anhelar esa patria celestial (Hb 11:13-16). Somos ciudadanos del cielo, de la ciudad por venir, de donde también viene nuestro Señor (Fil 3:20-21). Antes, no hacíamos parte de ella, no teníamos esperanza alguna de hallarla, vivíamos como si esta tierra fuera nuestra ciudad permanente (Ef 2:12). Éramos extranjeros y advenedizos da la ciudad por venir, pero hoy por medio de la Sangre de Cristo, la Roca firme, hemos sido hechos conciudadanos de los santos de la patria celestial (Ef 2:19-20).
Busquemos la ciudad por venir, busquemos de donde somos (Col 3:1-3). ¿Ya tiene esta ciudadanía? ¿Vive conforme a las leyes de ella? o ¿Vive conforme a las de la tierra? ¿Sus afectos son de acá o de la ciudad por venir? Si su corazón está en esta ciudad permanente, usted aun no es ciudadano de los cielos, debe nacer de nuevo, arrepentirse, desechar las cosas de la tierra, ir a Cristo, ser salvo, vivir para la ciudad por venir, “porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”. La ciudad por venir es la nueva Jerusalén, la que viene del cielo. Esta tierra es maldita, en pecado, muerte y amargura. En la ciudad por venir ya no habrá ninguna maldición (Ap 21:1-4). Está llena de Gloria y bendición (Ap 21:10-27).
No deseche al que habla, acérquese a la ciudad del Dios vivo, huya del lugar que arde con fuego (Heb 12:18-29). De todos modos, esta tierra no será su lugar permanente. Si sigue viviendo como si fuera así, su herencia, su ciudad por venir, permanente y eterna será el infierno, será consumido por Dios en el lago de fuego y azufre, bajo la Ira del Cordero, maldito por la eternidad, sin ninguna esperanza de salir, abrumado, angustiado, afligido, aborrecido. No deseche al que habla. Desecha más bien esta tierra maldita, el lugar que será consumido, con todos sus deleites y placeres, arrepiéntase, humíllese ante Cristo, crea a Su Palabra, abandone sus pecados, y empiece realmente a buscar la ciudad por venir. Todas las bendiciones y gloria de Dios serán suyas, la ciudad por venir será su herencia, su morada eterna, su ciudad permanente: “porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana
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