«Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, Creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén» (Lamentaciones 4:12).
No solo las naciones vecinas, y sus reyes, sino todos los que en todas partes del mundo conocían algo de Jerusalén, estaban asombrados. Nunca creyeron que el adversario y el enemigo pudiera entrar por sus puertas. Jerusalén estaba fuertemente fortificada, con muros, puertas, montes, colinas, gran cantidad de gente; y, sobre todo, era la ciudad del gran Dios, que tantas veces la había preservado, salvado y dado victorias sobres sus enemigos. El “enemigo” y el “adversario” aquí son lo mismo, y designan a los caldeos.
1. El estado del pueblo.
Jerusalén era una ciudad fuerte y esplendorosa, pero su estado actual era deplorable, estaba llena de pecado, por eso había sido tomada por los caldeos; los que la vieron, no podían creerlo (V1-12).
Como la iglesia de hoy, Jerusalén había perdido brillo, era sal desvanecida, luz que no alumbra-reprende las tinieblas, hollada, sometida, tributaria. Era cruel, sin afecto natural, se comieron a sus hijos, no los alimentaron. Los que se criaron de púrpura, abrazaron los estercoleros, se revolcaron con los cerdos, el mundo, estaba llena de iniquidad como Sodoma, adornada por fuera, murieron poco a poco, era infructuosa, sin frutos dignos de arrepentimiento. Dejaron entrar al enemigo y adversario. Se encendió la ira del Señor, consumió sus cimientos (arena).
¿Por qué Dios hizo esto? Por su iniquidad, los pecados de los sacerdotes y profetas llenaron la copa (V13-20). Perseguían a los justos, fieles, celosos, ciegos, que traían engaño, mentira, pecado, iniquidad, eran una nación que no podía salvar, con una falsa esperanza, sometida a sus enemigos. El Señor los había advertido varias veces en el pasado, que no dejaran el pacto antiguo, ni sirvieran a los dioses de sus enemigos, que no los dejaran entrar, pues se encendería Su ira, y serían desarraigados (Dt 29:24-27; 1 Ry 9:6-9). Se confiaron, pero Dios cumpliría su advertencia, los castigaría (Jer 21:13-14).
Nadie pudo imaginarlo, nadie podía creerlo: “Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, Creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén”.
2. Entraron los enemigos.
Así como los enemigos y adversarios del pueblo de Dios entraron por las puertas de Jerusalén, hoy los enemigos y adversarios han entrado por las puertas de la iglesia visible.
Dejaron entrar a Satanás con su cizaña, mientras dormían, el enemigo (Satanás) sembró la cizaña (Mt 13:24-25). La iglesia ha estado cómoda, construyendo sus templos, engordando sus arcas, adornándose para sus amantes, es respetada y amada por el mundo, se ha hecho rica, y de ninguna cosa tiene necesidad, ha estado sirviendo a dioses ajenos, han dejado entrar a sus enemigos. No ha estado velando, orando, en guardia, combatiendo ardientemente por la Fe, siendo sal y luz, denunciando el pecado y la maldad, reprendiendo las tinieblas, ha estado dormida. Satanás aprovechó: “pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo y se fue”. El adversario el Diablo, el león rugiente ha devorado a una iglesia carnal que no vela (1 P 5:8). No lo han resistido, por eso no ha huido y no la ha dejado tranquila (Stg 4:7).
Dejaron entrar al Anticristo, el cual seduce con lisonjas a los violadores del Pacto (Dn 11:31-32). Entraron sus doctrinas (Institución papal, títulos divinos, misa, idolatría, salvación (Fe + obras), ecumenismo, sincretismo). Muchos son engañados, en la iglesia lo han dejado entrar (2 Ts 2:9-12).
Dejaron entrar a los falsos maestros con sus herejías destructoras (2 Ped 2:1-2). Dejaron entrar hombres no llamados por Dios según los requisitos bíblicos (2 Tm 3, Tit 2). Entraron falsos apóstoles y profetas (soñadores, adivinos), mujeres pastoras, intelectuales, profesionales, pero mundanos, avaros, adúlteros, carnales, hipócritas, mentirosos. Dejaron entrar asalariados, que no les importa el rebaño, que huyen cuando viene el enemigo (Jn 10:12-13). Lo peor es que tienen muchos seguidores ciegos, porque les dicen las novelerías que quieren oír (2 Tm 4:3-4).
Dejaron entrar falsas doctrinas y prácticas introducidas por los falsos maestros. Como la iglesia de Éfeso, dejó entrar el enfriamiento (Ap 2:4). No estuvieron en guardia ante los primeros brotes de enfriamiento, tibieza, mundo, carnalidad, falta de celo y cobardía. Como la iglesia de Pérgamo dejó entrar la doctrina de Balaam y los nicolaítas (Ap 2:14-15). Permitieron la fornicación con el mundo, su cultura, fiestas, deleites, vanagloria, sus hijos fueron pasados por fuego. Se fundamentaron en las jerarquías, coberturas, denominaciones, confesiones, títulos, profesionalismo. Como la iglesia de Tiatira dejó entrar la doctrina de Jezabel (Ap 2:20). Dejaron entrar a Roma papal, la toleran, se une a ella (ecumenismo), son laxos, no la denuncian, tolera sus herejías, las ignora. Como la iglesia de Sardis dejó entrar la vanidad y el orgullo, se dejaron seducir (Ap 3:1). Buscaron reconocimiento, fama, respeto. Como la iglesia de Laodicea dejó entrar la tibieza y el mundo (Ap 3:16-17). Entraron la carnalidad, el amor al mundo, la teología de la Prosperidad, las filosofías del mundo, fueron por ayuda a Egipto, sacaron a Cristo.
Muchas más herejías se han dejado entrar en la iglesia: la confesión positiva (declarar-decretar, oración-fe), el antinomianismo (rechazo-Ley, santidad), el sacramentalismo (R. Externa, superstición). Dejaron entrar anatemas en las vidas, el hogar y la iglesia (Dt 7:25-26). Dejaron entrar a los enemigos de Cristo a sus vidas (familiares, impíos, filosofías). Dejaron entrar pecados secretos, inmundicia, adulterios, hipocresía, cobardía (piedras), mundo (espinos), nostalgia del pasado, frustración, raíces de amargura, odios, engañado.
Cuidado, que no nos pase como Jerusalén: “Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, Creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén”.
3. ¿Nos pasará igual?
Para los que rodeaban Jerusalén, era impensable que el enemigo y el adversario entrara por sus puertas, lo mismo pasará a la falsa iglesia, quedarán asombrados, ¿nos pasará? ¿dejaremos entrar los enemigos?
Todos quedarán asombrados de la destrucción de la pomposa Roma. A pesar de su fuerza y pomposidad, será destruida, y al igual que Jerusalén todos quedarán asombrados, ¡Ay de la gran ciudad! (Ap 18:16-22). Así como fue derribado el orgulloso rey de Tiro y su reino, será destruido el poder papal (Ez 28:13-19).
Cuidemos las puertas de la iglesia de los enemigos, no los dejemos entrar, advirtamos con sonido de trompeta al pueblo (Ez 33:2-9). Es nuestro deber advertir de los enemigos, de los lobos rapaces, de las herejías, las falsas doctrinas, debemos denunciar el pecado, advertir al pueblo su rebelión, es nuestro deber, somos atalayas. No dejemos entrar falsas doctrinas y prácticas, guardémonos de las levaduras de los falsos maestros (Mt 16:6, 12). Ellos no son bienvenidos en nuestra iglesia, en nuestra casa (2 Jn 1:9-11). No los dejemos entrar, guardaos de ellos, son enemigos de Cristo y su iglesia, son lobos rapaces, por sus frutos los conoceremos (Mt 7:15-17). Que nunca entren estos hipócritas mentirosos (Lc 12:1). Que no nos engañe la apostasía papal (2 Ts 2:3-4). Resistamos al Diablo, al adversario, al león rugiente, velemos, combatamos, así huirá de nosotros con todos sus enemigos. Dios condenará a sus enemigos (Lam 4:21-22).
Cristo es la puerta, entremos por ella, esos enemigos y adversarios, son ladrones y salteadores, su pueblo no los escucha (Jn 10:8-9). Cristo entra por las puertas de la iglesia. Él es quien debe entrar, no el enemigo (Sal 24:7-8). Cristo llama a la puerta, está afuera, el enemigo está adentro, y Él no comparte su Gloria con él, debemos sacar al enemigo para que Cristo entre (Ap 3:20). Hemos sido puestos como guardas día y noche de las puertas de la iglesia para cuidarla, clamemos (Is 62:6-7). Fuerte ciudad tenemos, solo entran los justos, los guardadores de verdades, los que no se dejan engañar por los enemigos (Is 26:1-2). El esplendor de esta casa será mayor que la primera (Hag 2:9). Sus puertas estarán abiertas eternamente, Dios la ilumina, Cristo es su lumbrera, y sus enemigos nunca mas podrán entrar, nada inmundo morará allí (Ap 21:23-27). Debemos estar preparados, si queremos ser parte de esa ciudad eterna, pronto se cerrarán las puertas (Mt 25:10). ¿Estaremos allí por siempre? ¿somos parte de ella hoy? ¿la estamos cuidando? ¿Estamos dejando entrar a los enemigos de la iglesia?
Combatamos contra ellos, estemos en guardia, vigilantes, no los dejemos entrar por las puertas de la iglesia. o ¿se dirá así de nosotros?: “Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén”.
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana.
Escucha el sermón del domingo (21 de Febrero de 2021): «¡POR LAS PUERTAS DE LA IGLESIA!»
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