«Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3:3).
Todo aquel que tiene la esperanza que da Cristo, la salvación, la Gloria eterna; vive una vida en santidad, de pureza moral, limpiándose de la contaminación remanente que aún le queda, para ser cada día más parecido a Su Señor, a Cristo, el Puro.
Cristo es nuestra esperanza. Nuestra esperanza está en Él, en Su promesa a los que creen en Su nombre. En lo porvenir, lo que no vemos, lo que Él ha prometido, el cielo, encontrarnos con Él, ser semejantes a Él. El verso 2 nos habla de esta esperanza. Solos los hijos de Dios tienen esta esperanza; encontrarse con Él, verlo cara a cara, para ser semejantes a Él. Nuestra esperanza bienaventurada es encontrarnos con nuestro Gran Dios y Salvador Jesucristo (Tit 2:13).
La esperanza de la iglesia no es reinar en la tierra en una época “dorada”; la esperanza de la iglesia siempre ha sido que Cristo vuelva, y ponga a todos sus enemigos por estrado de sus pies. Tenemos la esperanza de la resurrección de nuestro cuerpo, pues seremos semejantes a Él en Gloria (Rom 8:22-23). Cuando el Señor vuelva, nuestros cuerpos, serán convertidos a su gloriosa semejanza (1 Ts 4:16-17).
Pero “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”. Esperamos la gloriosa esperanza. Por la Fe nos mantenemos firmes mirando a ella. Lo que esperamos nos afirma en el presente. Los que somos de Cristo, somos herederos de la promesa hecha a Abraham (Gál 3:29). Vamos seguros, firmes, consolados y anclados en esa esperanza. Dios lo dijo, Él no miente (Heb 6:17-19). Fiel es el que lo ha prometido (Heb 10:23). Esta esperanza nos consuela en las pruebas, tribulaciones, persecuciones, que nada son, comparado con la Gloria venidera (Rom 8:18). Nuestros ojos deben ser alumbrados para ver por la Fe esta gloriosa esperanza a la cual fuimos llamados, nuestra herencia (Ef 1:18).
¿Ya fueron alumbrados sus ojos? ¿Su corazón está afirmado en esta esperanza?
Si tenemos esta esperanza nos purificamos. El cristiano verdadero, aunque tiene esta esperanza segura, no la usa para ser laxo con el pecado; al contrario, es su motor e impulso para purificarse diariamente.
Purificarse es limpiarse del pecado remanente que aun queda en nosotros; de acciones, pensamientos y afectos contrarios a la ley de Dios; es nuestro proceso de santificación. No se refiere a ser limpiado del pecado, a la expiación (Ez 36:25). No se trata de la obra de Cristo que nos purificó y lavó del pecado (Hb 1:3). No está hablando de la sangre de Cristo que hizo remisión de nuestros pecados (Hb 9:22). El cristiano ya ha sido limpio por la Palabra (Jn 15:3). Cristo vino a purificar su iglesia de todo pecado para presentarla al Padre sin mancha, no se refiere a eso (Ef 5:26-27). No se refiere al Bautismo del Espíritu que ha lavado nuestros pecados. Se refiere al proceso de santificación que debemos pasar, a ser purificados como el oro, a limpiarnos de la contaminación remanente que aun queda en nuestra carne (1 P 3:21).
Nuestros corazones aún tienen suciedad; deben ser purificados, pues todo lo malo sale de allí (Mt 15:18-20). Nada corrompido debe salir de nuestra boca, pues muestra lo que hay en el corazón (Ef 4:29). Revisemos nuestras conversaciones, lo que nos deleita, nos da gozo, lo que pensamos, sentimos y hablamos. Debemos atesorar la Palabra en nuestros corazones, para no pecar, para ser más puros (Sal 119:11). La esperanza nos incentiva a purificarnos, no a ser ligeros con nuestra vida espiritual. Sus promesas nos motivan a limpiarnos día a día del pecado (2 Cor 7:1). Un cristiano verdadero se está purificando, mientras aguarda la bienaventurada esperanza (Tit 2:11-14). ¿Lo estamos haciendo?
Purificarse es no contaminarse con el mundo, vivir en la tierra sin mancha, a pesar de sus inmundicias. El mundo está lleno de contaminación, no debemos contaminarnos. Debemos vivir en pureza, sin mancha, en medio de esta generación maligna y perversa (Fil 2:15-16). La religión verdadera busca la pureza, que nos guardemos sin mancha en el mundo (St 1:27). ¿Vivimos la religión verdadera? ¿Nos guardamos sin mancha del mundo? Su Palabra limpia nuestro andar (Sal 119:9). ¿Lo hacemos? ¿Odia o añora el mundo? ¿Ama lo porvenir? ¿Se está purificando?
La pureza es un llamado de Dios. Es su voluntad que seamos puros. No nos ha llamado a inmundicia, si no a santificación (1 Tes 4:3-7). Somos llamados a ser santos (1 Cor 1:2). Tenemos un llamamiento santo (2 Tim 1:9). Si se está purificando es porque tiene este llamado de Dios; si no, su esperanza es vana. Quien no se purifica se condena. Aquel que vive en inmundicia, sin purificarse, no vera el reino de Cristo (Ef 5:3-5). Los que no buscan la pureza, nunca verán al Señor (Heb 12:14). La pureza es el fruto del creyente, es lo que muestra que realmente ha sido libertado del pecado, y que heredará la vida eterna (Rom 6:22). Su pueblo será purificado, los impíos y falsos creyentes seguirán en sus inmundicias (Dn 12:10).
Tenemos una esperanza, un llamado santo, apartémonos de las contaminaciones mundanas, limpiemos nuestros corazones. ¿Nos estamos purificando? Si no, no hay esperanza, no somos de Cristo. No nos engañemos.
El Dios Trino es puro (Sal 22:3; 89:35; Ap 15:4; Rm 1:4; Hc 3:14; 1 Ped 1:19). Es tres veces Santo (Ap 4:8). Es tan puro que no puede tolerar el mal (Hab 1:13). Debemos humillarnos ante Su santidad (Sal 99:5). Cristo es llamado el Santo (Hc 3:14), es sin mancha ni contaminación (1 Ped 1:19). Es nuestro modelo a seguir, debemos purificarnos a su semejanza. Cristo es Luz, debemos andar en luz como Él (1 Jn 1:6-7). Debemos andar como Él anduvo (1 Jn 2:6). Debemos padecer, seguir sus pisadas, ser puros, apartarnos de todo pecado y engaño (1 Ped 2:21-22). Fuimos predestinados para ser conformados a su pureza, a su imagen (Rom 8:29). Debemos ser santos como Dios, puros como Él (1 Ped 1:13-16). Así, seremos perfectos como nuestro Padre celestial (Mt 5:48).
Solo los que caminan en pureza, integridad, justicia, santidad, obediencia, morarán en Su monte santo (Sal 15:1-5). El Purificará Su nombre, purificando a su pueblo entre las naciones (Ez 36:21-23). Clamemos como David por ser cada día más puros (Sal 51:2). Confesemos nuestros pecados para ser purificados de todo remanente de maldad (1 Jn 1:9). Purifiquemos nuestros corazones, humillémonos ante el Señor (Stg 4:8). Vayamos a Cristo, el cordero sin mancha, el cual nos lavó de nuestros pecados con su sangre, para que siga purificando nuestras conciencias de obras muertas, y le ofrezcamos sacrificios vivos y limpios (Hb 9:14).
¿Moraremos con el Puro? ¿Tenemos la esperanza de encontrarnos con Él? ¿Nos estamos purificando como el Puro? ¿Somos puros? Solo los que se purifican, los que están siendo conformados a su semejanza, en pureza de vida, estarán con el Puro en su monte santo por siempre. “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana.
Escucha el sermón del domingo (2 de Febrero de 2020): «¡PURIFICÁNDOSE COMO EL PURO!»
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