«Y entró el rey David y estuvo delante de Jehová, y dijo: Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar?… me has mirado como a un hombre excelente, oh Jehová Dios» (1 Crónicas 17:16, 17b).
Esta exclamación de David fue hecha en respuesta a las palabras que Dios le había dado anunciándole el pacto eterno a David y su simiente en Cristo.
El Pacto.
Dios anuncia le anuncia el pacto eterno a David a través de su descendencia (V3-15). Es un solo pacto, el mismo de Adán, con la simiente de la mujer (Gén 3:15); el mismo de Abel con el cordero que presentó como ofrenda (Gén 4:4); el mismo hecho a Abraham donde le anunció que a través de él serían benditas todas las naciones (Gén 12.3); el mismo que se veía como sombra en la Ley ceremonial con el Sumo sacerdote, los corderos, las ofrendas, y los sacrificios (Heb 8:3-5). Todos anunciaban a Cristo, todos esperaban al Mesías prometido, como Pacto de Gracia. David agradece humilde y solemnemente la Gracia inmerecida que se le da (V16-27).
¿Estamos en este Pacto? ¿creemos a estas promesas? ¿Las esperamos? ¿vivimos para ellas? Escudriñemos nuestro corazón.
2. La Gracia.
David se sentía indigno (y lo era), al ser escogido, él y su casa, para recibir tan grande bendición de Dios. Para entender la gracia de Dios al hombre, debemos entender antes su estado su espiritual, debemos entender la depravación humana.
El ser humano está perdido en sus pecados, muerto espiritualmente y separado de Dios. No puede salvarse a sí mismo, no hay nada bueno en él, no hay ninguna buena obra que pueda justificarlo ante un Dios santo. En ese estado ¿Cómo podrá hacer la paz con Dios? ¿Cómo podrá estar bien con Él? ¿Cómo se justificará el hombre con Dios? (Job 25:4-6). No existe ninguna otra salvación excepto la salvación que comienza y termina con la gracia de Dios. El padre diseña el plan de salvación y nos escoge soberanamente desde antes de la fundación del mundo, su Hijo amado paga voluntariamente en la cruz por nuestros pecados, y resucita al tercer día de los muertos venciendo la muerte; y el Espíritu Santo nos da el nuevo nacimiento para que podamos creer y arrepentirnos. Reconocer que la obra completa de la salvación es de Dios, que nosotros no podemos aportar nada, es algo que va más allá de nuestro entendimiento, orgullo y soberbia. No hay nada por lo cual el hombre pueda jactarse, pues es solo por Su gracia. La gracia no constituye la recompensa por nuestros buenos deseos y esfuerzos del presente, del pasado ni del futuro. Nadie ha llevado una vida tan buena para que Dios esté obligado a darle gracia o concederle la vida eterna como pago o retribución a un acto o decisión hecha anticipadamente. Debemos entender que es el regalo más preciado de Dios para el hombre, es el resultado de su misericordia soberana con quienes quiere tenerla. Por las riquezas de su gracia muestra su bondad y gran amor con que nos amó en Cristo Jesús. Por eso David exclamó “Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar?… me has mirado como a un hombre excelente, oh Jehová Dios”.
El hombre es gusano ante un Dios tres veces Santo (Sal 22:6). ¿Porque entonces Dios se fija en nosotros? Por amor y misericordia, por gracia. Porque jamás lo haríamos si Él no lo hace, si no actúa con su maravillosa Gracia en nuestros corazones. Éramos incapaces de salvarnos (Rom 5:6). Éramos esclavos del pecado (Rom 6:17). Éramos enemigos de Dios, inconversos, vivíamos en la carne, no podíamos agradábamos a Dios (Rom 8:7-8). No teníamos la capacidad de ir-ver-amar-entregarnos a Cristo, Él debía fijarse primero en nosotros (Jn 6:44; 65). Vivíamos en injusticia, maldad, blasfemias, sin temor de Dios (Rom 3:10-18). El evangelio era locura para nosotros (1 Cor 2:14). Estábamos muertos en pecados y delitos, incircuncisos, y Dios tenía que darnos vida (Ef 2:1-3; Col 2:13). Nuestro corazón era perverso, malvado, duro, de piedra, y Dios tenía que cambiarlo (Ez 36:26-27). Éramos, sin Él, incapaces de querer cualquier bien espiritual (Jn 15:5). Solamente cuando reconocemos la naturaleza corrupta en la que estaban nuestros corazones, entendemos que la única manera de haber llegado a Cristo en arrepentimiento y Fe es que Él nos haya escogido soberanamente, por Su libre Gracia. Exclamemos como David: “JHV Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para q me hayas traído hasta este lugar?… me has mirado como a un hombre excelente, oh Jehová Dios”.
La Gracia es inmerecida, es un regalo, no es de nosotros, no es por obras, no es un premio, es el don de Dios al pecador, nadie debe gloriarse (Ef 2:8-10). El Padre otorga la salvación a sus elegidos (Jn 6:37). Zaqueo no merecía nada, era jefe de los publicanos, no era apto para que Dios se fijara en él, pero Cristo vino a buscarlo y salvarlo (Lc 19:1-10). Rut halló gracia ante Booz siendo extranjera, la protegió, la recibió en su casa y la hizo su esposa (Rut 2:8-10). María reconoció su bajeza ante el Señor, su alma lo engrandeció, recordó el pacto eterno de Gracia (Lc 1:46-51). Pablo reconoció era el peor de los pecadores antes de Cristo, blasfemo, perseguidor, injuriador, ignorante, incrédulo, pero recibió misericordia (1 Tim 1:13-16). El Señor como en tiempos de Rut, David, Zaqueo, María y Pablo, sigue y seguirá salvando por pura gracia (Rom 11:5-6).
Exclamemos: “Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar?… me has mirado como a un hombre excelente, oh Jehová Dios”.
3. ¿Quién soy yo?
Hermanos, ¿quiénes somos para que el Señor se haya fijado en nosotros? ¿Quiénes éramos y en que nos ha convertido ahora?
Nos ha pasado de tener vestiduras viles a vestir ropa de gala, éramos pecadores malvados, inmundos, sucios, merecedores de la condena eterna, rumbo al infierno, pero como tizones nos arrebató de allí, nos vistió y limpió (Zac 3:1-5). Nos llevó de la inmundicia y la culpa, a ser limpios y perdonados, estábamos muertos, con nuestros labios llenos de maldición, pero nos quitó la culpa y limpió de toda iniquidad (Is 6:5-7). Nos pasó de vivir en la locura del pecado a volver en sí, estábamos revolcándonos con los cerdos, en el mundo, alimentándonos de toda su basura, pero en arrepentimiento y lágrimas fuimos recibidos con gozo por Dios en su casa como hijos (Lc 15:20-24). Pasamos de ser perseguidores del reino de Cristo, a proclamadores de su mensaje, de asoladores de Cristo, su pueblo, su mensaje, a predicar la Fe que salva (Gál 1:23-24). De estar alejados de Dios a estar cerca, de estar sin Cristo, incircuncisos, sin esperanza, alejados de la ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos de la promesa, a ser acercados y circuncidados por la sangre de Cristo (Ef 2:11-13).
¿Quiénes somos nosotros para qué nos haya mirado? ¿Qué es el hombre para que nos visite, y engrandezca? (Job 7:14-17). Éramos almas rumbo a la muerte, viviendo en vanidad, apartados de Dios. Aunque caídos, descarriados, idólatras, en pecado, iniquidad, nos amó de pura Gracia, como a Israel (Os 14:1-7). Nuestros muchos y grandes pecados fueron perdonados como a la mujer adúltera (Lc 7:44-47). Honrémoslo, amémoslo, agradezcamos tanta gracia. El Señor nos amó de pura gracia, pura y física gracia, nada merecíamos. Como el centurión, no somos dignos que se fije en nosotros, que more en nuestra casa (Lc 7:8). No por ser los mejores nos escogió, éramos lo más insignificante entre las naciones, pero como a Israel nos amó (Dt 7:7-8). Aunque así, indignos, insignificantes, pobres de espíritu, despreciados, desechados, somos ricos como la iglesia de Esmirna (Ap 2:9). Necios, débiles, menospreciados, sin ser, no éramos nada bueno, pero nos escogió, se fijó en nosotros (1 Cor 1:27-29). Señor, ¿Quién soy yo? ¿Qué somos nosotros para que nos visites y nos llenes de Gloria? (Sal 8:3-6; Heb 2:5-7).
¿Qué somos nosotros? ¿Quién soy yo?: “Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar?… me has mirado como a un hombre excelente, oh Jehová Dios”.
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana.
Escucha el sermón del domingo (14 de Marzo de 2021): «¿QUIÉN SOY YO!»
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