«Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangres te dije: !!Vive! Sí, te dije, cuando estabas en tus sangres: !!Vive!» (Ezequiel 16:6).
John Gill comenta: «Con el símil de una niña recién nacida, cubierta de sangre menstrual; denota el estado miserable y desdichado en que se encontraban los judíos en Egipto; repugnantes y abominables para los egipcios, maltratados y despreciados, y en peligro de ser destruidos. “Sucia” significa “contaminada”, “pisoteada”; como el lodo en las calles; denota contaminación y angustia. Los israelitas fueron pisoteados por los egipcios, cuando los hicieron servir con dureza; y al clamar por su esclavitud, el Señor los miró con ojos de piedad y compasión, y los liberó. El Señor los preservó y sacó con vida, cuando estaban al borde de la ruina, los liberó por mano de Moisés. Lo hizo por su propia y soberana buena voluntad y placer, no por ningún valor, mérito, bondad o justicia en ellos. Lo hizo cuando estaban en su sangre, contaminación y culpa… Esto es un emblema del estado y condición en que se encuentran los elegidos de Dios, cuando son vivificados por Dios; que nacen inmundos; bajo la contaminación, poder y culpa del pecado; revolcándose en él; merecedores de la ira de Dios, y aptos de ser castigados; son pisoteados, despreciados y desamparados. Cuando el Señor pasa junto a ellos, no por casualidad, sino a propósito, sabiendo dónde están; lo hace a menudo por el ministerio de la Palabra (providencia); y cuando los ve, no solo con su ojo de omnisciencia, mucho menos con un ojo de desprecio, desdén y aborrecimiento; sino con ojo de piedad y compasión. Les dice que vivan (espiritual); los vivifica por su Palabra, para que vivan una vida de fe y santidad, que culmina en la vida eterna. Fluye del amor divino, y es el efecto del poder de Dios; de la pura y rica gracia, no del mérito humano; como es su caso, estando en sus sangres, muertos en pecados (Ef 2:4-5)».
1. Israel.
Israel era esclava en Egipto, subyugada, despreciada, afligida, abandonada. Dios la liberó de Faraón, la sacó con vida, la llevó por el desierto, la limpió, y la introdujo en Canaán.
Israel era como una infanta abandonada, rescatada de la muerte, educada, desposada y ricamente abastecida (V1-14). Los Israelitas fueron liberados de Egipto, cuando estaban subyugados, con duros trabajos, esclavos de Faraón (Éx 1:13-14). Clamaron a Dios y Él los escuchó conforme a Su Pacto (Éx 2:23-25). El Señor vio sus angustias, y los libra para llevarlo a la tierra que fluye leche y miel (Éx 3:7-8). No por ser los mejores entre los pueblos, Dios se fijó en ellos, eran los más insignificantes de todos (Dt 7:7-8). Los lleva finalmente a la tierra prometida, toman posesión de ella, nombran jueces, les da incluso reyes (contrario a su voluntad), y del linaje de uno de ellos, de David, vendría el Mesías (Rom 9:4-5). A pesar de todas las gracias y misericordias de Dios con ellos, rechazan al prometido Mesías, a Cristo, su casa queda desierta, son desechados como nación (Mt 23:38-39). Pero a pesar de sus tropiezos y transgresiones, siguió salvando judíos en Cristo (Rom 11:1). Es más, su transgresión fue para darnos gracia a nosotros, y promete volver a restaurarlos (Rom 11:11-12). Aunque endurecidos hoy como nación, promete volverse acordar de ellos al final porque sus dones y llamamiento son irrevocables (Rom 11:25-29). Su vuelta será como vida de entre los muertos (Rom 11:15).
No lo merecen, no lo merecían, estaba sucia y muerta. Así pasa con nosotros, la iglesia de Cristo.
2. Sucia en sus sangres.
Como Israel antes de ser libre, sucia en sus sangres, sin vida, así es la condición del hombre sin Cristo, sucio, muerto, en depravación total, incapaz de limpiarse y vivir por sus propios medios, está desahuciado. El hombre sin Cristo está así, es malo, injusto, sin entendimiento, no busca a Dios, desviado, en engaño, maldición, amargura, blasfemias, haciendo lo malo, sin paz, sin temor de Dios (Rom 3:9-18). Está desahuciado en el camino, nadie puede limpiarlo y revivirlo, nadie tiene misericordia de Él (Lc 10:30-32).
Ha habido muchas controversias a lo largo de la historia sobre el estado en que nace el hombre. Pelagio decía que “no hay pecado original, es posible vivir una vida recta sin la gracia”. Agustín por su parte habló de la “incapacidad para no pecar”, del hombre sin Cristo. Lutero habló de “la Esclavitud de la Voluntad”, Erasmo de “la Libertad de la Voluntad”. Calvino de la soberanía de Dios y la depravación humana, Arminio del “Libre albedrío”. Whitefield y Wesley siguieron debatiendo. Los reformadores plasman sus confesiones, Roma contrataca con el Concilio de Trento. Monergismo Vs Sinergismo. ¿Regeneración o Fe, que va primero? Al final es Dios versus el humanismo. Hoy la gran mayoría de la iglesia evangélica es pelagiana o semipelagiana. Pero las dos, fueron declaradas herejías por la iglesia histórica.
La verdad es que el hombre sin Cristo es sucio, podrido, enfermo, malo, no sirve, está discapacitado. Es pobre, manco, cojo y ciego (Lc 14:21-23). Nada bueno tiene, es pordiosero, vil, gusano, enfermo, inmundo. Sus manos no hacen lo bueno, sus acciones son malas, son trapos de inmundicia. No corre a hacer el bien, corre a lo malo, está en camino de muerte y condenación. No ve las cosas espirituales, su urgencia, para él son locura, no las discierne. Está sumido en la inmundicia, se revuelca con los cerdos, malgasta su vida (Lc 15:13-16). Vive en deleites y placer mundanos, fiestas, borracheras, sexo, pornografía, alcohol, drogas, disolución, desenfreno, nada ni nadie lo puede saciar. Sirve a la inmundicia e iniquidad, es esclavo del pecado (Rom 6:19-21). Sirve a Satanás, al pecado, la inmundicia, al mundo. Sus obras son inmundas, todo lo “bueno” que hace para “ganarse” el cielo, así lo ve Dios (Is 64:6). Es moralista, “correcto”, “buena persona”, filántropo, generoso, buen ciudadano, pero lo hace sin Cristo, con justicia propia, con su religión de obras muertas. Nada de lo que hacen es bueno, todo en él está mal, nada sirve (Mc 10:18). Aun dentro de la iglesia, están podridos, llenos de maldad, malignos, depravados, rebeldes, enfermos, nada sano, deben ser curados (Is 1:4-6). Es pueblo que no es pueblo, tibios, carnales, light, con apariencia de piedad, en la misma condición que el impío.
El hombre sin Cristo está muerto a las cosas espirituales, son cadáveres andantes, incapaces de hacer lo bueno, de salvarse. Muertos en delitos y pecados, en el mundo, en los deseos carnales, sirviendo a Satanás, sin vida espiritual, impíos, inconversos, mundanos, paganos, viviendo para sí (Ef 2:1-3). Totalmente ciegos a las cosas de Dios, sin percibir, entender, ni discernir, para él las cosas de Dios son locura, no pueden entenderlas ni discernirlas, están totalmente sin sentidos espirituales, ciegos, no tienen vida (1 Cor 2:14). Están cautivos por el lazo del Diablo, son sus siervos, pero no lo saben (2 Tim 2:25-26). Son enemigos de Dios, en la carne, incapaces de someterse a la ley de Dios, y agradarlo (Rom 8:7-8). Aborrecen las cosas de Dios (Biblia, Cristo, cristiano), está en guerra con Dios, sin paz (sin Cristo), Dios es su mayor enemigo. Están descarriados, por el camino de la condenación, el ancho, sin alarmas para volver, sin sentido del camino (Is 53:6).
Este es el estado del hombre sin Cristo, sucio, sin vida, desahuciado, incapaz de salvarse. Ese era nuestro estado, Dios nos limpió y revivió.
3. ¡Vive!
Aunque en suciedad, inmundicia, muerte, en depravación total, nos limpió y dio vida, como a Israel.
Nos limpió, nos quitó los harapos viles, y nos vistió con ropas de gala, como tizones arrebatados del infierno (Zac 3:1-5). Nos vistió y nos agasajó, después de despreciarlo y revolcarnos con los cerdos (Lc 15:17-24). Nos lavó cuando estábamos llenos de pecado y maldad (Tit 3:3-7). Nos escogió siendo inmundos, necios, débiles, viles, menospreciados (1 Cor 1:27-29). Lavó nuestros pecados con Su Sangre, nos quitó toda nuestra inmundicia (Ap 1:5). Su sangre nos sigue limpiando de toda maldad (1 Jn 1:7).
Nos dio vida cuando éramos cadáveres andantes, huesos secos, muertos espirituales, como casa de Israel, nos dio Espíritu nuevo, vida espiritual, nos sacó de los sepulcros (Ez 37:5-14). Nos dio vida cuando estábamos muertos, en la carne, el mundo, sirviendo a Satanás, nos perdonó, y nos sienta en lo alto (Ef 2:1-6). Nos dio vida con Su cruz cuando éramos muertos e incircuncisos (Col 2:13-14). Murió para reconciliarnos, cuando éramos sus enemigos, incapaces de salvarnos, impíos, pecadores (Rom 5:6-8-10). Nos libertó cuando éramos esclavos del pecado, para que sirviéramos a la justicia, a Cristo(Rom 6:17-18, 22). Nos rescató de la muerte eterna con Su Sangre, de entre toda la tierra, aunque no éramos los mejores (Ap 5:9).
Hoy estamos limpios y vivos por Cristo (Jn 15:3). Él nos ha limpiado y dado vida, ya lo podemos obedecer (Fil 2:13). Ni la ley ni la religión, ni ninguna de nuestras justicias, podían lavarnos y revivirnos, solo Cristo, el Buen Samaritano lo podía hacer (Lc 10:33-35). Nuestra limpieza y vida, nuestra vuelta al Señor es también como vida de entre los muertos (Rom 11:15).
Él pasó y nos vió sucios en nuestras sangres y nos dio vida. “Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangres te dije: !!Vive! Sí, te dije, cuando estabas en tus sangres: !!Vive!”.
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana.
Escucha el sermón del domingo (31 de Octubre de 2021): «¡SUCIA EN TUS SANGRES!».
Comentarios