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¡TÚ ERES AQUEL HOMBRE!

«Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl» (2 Samuel 12:7)

El profeta Natán narra al rey David una parábola que reflejaba el pecado de un hombre rico que se había aprovechado de otro hombre pobre (2 Sam 12:1-6). David se indigna contra el hombre rico. Juzgó bien, en el sentido de condenar su pecado. Sin embargo, él no entiende que se trata de él mismo, de su misma historia, no entiende que él es el hombre rico que se aprovecha del pobre. David vio la parábola únicamente desde la óptica de la avaricia y la codicia, pero no desde la óptica del adulterio. David, no se vio reflejado en la parábola, no se auto examinó, no indagó su propia vida, su corazón, sus intenciones, sus actos, hechos y acciones.

Iglesia nosotros podemos actuar igual. Juzgamos el pecado en general, y eso está bien. Vemos terrible la mentira, el robo, el adulterio, la idolatría, las herejías, el amor al mundo, la avaricia, la codicia. Nos enojamos como David. Emitimos sentencia contra el pecado y el pecador. Y eso está bien, si el pecado está allí, pues debemos tener discernimiento. Pero ¿escuchamos un sermón donde se denuncia el pecado, y decimos amén, pero no lo aplicamos a nosotros? ¿Lo vemos en otros, pero no en nosotros? Muchas veces no entendemos lo que nos están diciendo, lo que nos están predicando, lo que el Señor nos habla. Somos como los discípulos de Jesús que no entendían las parábolas. ¿Nos pasa? Debe venir entonces un Natán y decirnos clara y directo nuestro pecado

Al ver que David no había entendido que se trataba de él. Natán reprende directamente a David con su pecado: “Tú eres aquel hombre”. Sin aguas tibias. Debemos ser claros y directos. El Señor generalmente empieza suave con nosotros, como hizo con David. Sin embargo, muchas veces debe venir un Natán a reprendernos y decirnos “tú eres aquel hombre”. La denuncia de un pecado general, lo aprobamos como David. Pero cuando nos dicen que somos nosotros los que estamos haciéndolo, ahí tal vez, ya no nos gusta tanto. Como Herodes con Juan el Bautista, a quien escuchaba de buena gana (Jn 6:20), hasta que Juan lo confrontó con sus pecados (Mt 14:3-5). Muchas veces no basta con hablar del pecado en general, hay que ir y decir “tu eres el que comete este pecado en particular”. Las generalidades con el pecado, muchas veces no se entienden. Por eso debe ir un Natán y decir “tú eres aquel hombre”.

Pablo denunciaba a los judaizantes en la iglesia neotestamentaria. Pero tuvo que ir directamente a Pedro, que estaba cayendo en lo mismo, reprenderlo, mostrarle específicamente su hipocresía y cobardía (Gál 2:11-14). Así como el profeta Jehú reprendió al rey Josafat, por hacer alianza con Acab, un rey impío (2 Cr 19:2). También lo hizo el Señor en el Edén con Adán, Eva y el Diablo, fue claro y directo diciéndoles su pecado y su juicio (Gn 3:9-17). Cuando alguien peca, debemos ir de forma privada, y después público si se requiere (Mt 18:15-17). Debemos ser valientes e ir al que está pecando, ser claros y directos con su pecado, y decirle “Tú eres aquel hombre”. No basta muchas veces con denunciar la herejía, hay que exponer al falso maestro, para identificarlo y no ser engañados. A los que blasfeman la Verdad (1 Tim 1:18-20). A los que se enredan en palabras y doctrinas novedosas tratando de explicar lo que no entienden (2 Tim 2:16-18). A los que persiguen y causan males al pueblo de Dios (2 Tim 4:14). A los que se envanecen en la iglesia, y causan divisiones (3 Jn 1:9-10). A los que abandonan al pueblo de Dios, por cobardes o mundanos (2 Tim 1:15; 4:10). A los que enseñan herejías dentro de la iglesia (Mt 16:6).

También debemos exponer el falso cristianismo señalándolos directamente. Juan el Bautista denunció a los fariseos y saduceos, por tener una falsa profesión (Mt 3:7-10). Cristo denunció a los Fariseos hipócritas por hablar de la Ley de Dios y sus mandatos, pero no vivirla (Mt 12:34). Cristo denunció específicamente, con ejemplos todos los pecados de los Escribas y Fariseos, y lo hizo públicamente, para que el pueblo no se dejara engañar de ellos (Mt 23:13-33). El Señor también lo hizo directamente con las iglesias de apocalipsis (Apoc 2 y 3), exponiendo y reprendiendo sus pecados específicos. Las Escrituras están plagadas de estos ejemplos, que nos muestra el mismo principio de Natán con David. Ir a cualquiera que esté en pecado, y decirle “Tú eres aquel hombre” ¿Lo hacemos?

David atendió la reprensión de Natán, reconoció su pecado, se arrepintió, fue perdonado por el Señor. Tuvo consecuencias, pero nunca iba a morir eternamente. Iba a vivir para siempre: “Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (2 Sam 12:13). Y nosotros, ¿cómo estamos respondiendo a la reprensión? ¿somos sordos y ciegos a nuestros pecados? ¿los tratamos de ocultar hipócritamente? El Señor apunta a nuestro corazón. Nos hará ver nuestra infidelidad con Él al pecar, como hizo con David (2 Sam 12:8-9).

Iglesia, no hay nada oculto. El Señor saca el pecado, como con David (2 Sam 12:10-12). Él ve todo, no hay crimen perfecto. Y menos para un hijo de Dios. Todo sale a la luz (Mc 4:22). No juguemos con Dios, los pecados saldrán en esta vida o en el día del juicio (1 Tim 5:24). Es mejor acá, pues ningún hijo de Dios se lleva a la tumba un pecado practicado y sin confesar. Muchos huyen del profeta, pero de Dios nadie escapará. Encubrir un pecado lleva a otro pecado. David además de adulterar, mintió, asesinó, se aprovechó de su condición de rey, y actuó hipócritamente.

¿Puede ver que ha pecado? ¿Seguirá endurecido en sus pecados? ¿Los seguirá ocultando? ¿Hacemos como David, que al ser confrontado directamente, reconoce su pecado sin ninguna queja ni justificación (2 Sam 12:13). Su arrepentimiento genuino se confirma en el salmo 51. ¿Hacemos como el hijo pródigo reconociendo el pecado sin excusas? (Lc 15:21). ¿Hacemos como Pablo que clamaba para ser cada día más santo, no para justificar su impotencia? (Rom 7:24). ¿Hacemos como Pedro que lloró amargamente sin excusas? (Lc 22:61-62) ¿Reconocemos el pecado? ¿Nos decimos a nosotros mismos “tú eres aquel hombre”?

¿Es usted el tibio? ¿Es usted el mundano? ¿Es usted el perezoso espiritual? ¿Es usted el mentiroso? ¿Es usted el asesino de corazón? ¿Es usted el cobarde? ¿Es usted el ladrón, avaro, tacaño? ¿Es usted el holgazán, cómodo? ¿Es usted el idólatra? ¿Es usted el hipócrita, el orgulloso, el endurecido? ¿atenderá a este sermón escudriñando su corazón, o tendrá que venir un Natán a reprenderlo? ¿Cuándo nos exhorte un Natán, responderemos como David?

Hermanos, aunque haya consecuencias por el pecado, no moriremos. Reconocer el pecado humildemente, muestra que somos del Señor, que somos de los suyos, que nuestros pecados han sido clavados en la Cruz, lavados con la sangre del Cordero, y que viviremos eternamente al lado de nuestro Señor. Hermano “Tú eres aquel hombre”

X SU GRACIA: Comunidad Cristiana

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