«Y los oficiales hablarán al pueblo, diciendo: ¿Quién ha edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la estrene. ¿Y quién ha plantado viña, y no ha disfrutado de ella? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la disfrute. ¿Y quién se ha desposado con mujer, y no la ha tomado? Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, y algún otro la tome. Y volverán los oficiales a hablar al pueblo, y dirán: ¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo» (Deuteronomio 20:5-8)
Había 3 razones por las cuales los israelitas no querían ir a la batalla: Una casa nueva sin disfrutar, una viña sin cosechar, una mujer sin tomar. El deleite, seguridad y placer que estas cosas les brindaban. Al igual que en la Parábola de la Gran Cena (Lc 14:16-20), pero el enfoque acá estaba más en disfrutarlas, que en cuidarlas.
Unos habían edificado casa nueva, y no la habían estrenado. Una nueva adquisición, empezar a prosperar, las posesiones materiales, pueden estorbar para ir a la batalla. Otros habían plantado una viña y no habían disfrutado de ella, de sus frutos. Un negocio, la empresa, un ascenso, un título; nos pueden obstaculizar, no queremos soltar. Otros se habían comprometido con mujer, pero no la habían tomado. El no querer quedarse solo, el buscar pareja, el deseo de una vida matrimonial, formar un hogar, muchas veces están por encima del deber con el Señor.
Dios casi siempre trunca nuestros sueños, pues la mayoría de estos vienen de nuestro pasado, producto de un corazón engañoso, perverso y egoísta, que solo quiere satisfacerse a sí mismo, que no piensa realmente en glorificarlo a Él. Si algo estorba en el camino cristiano, debo desecharlo, ya sean personas o cosas, pues debemos amar a Dios sobre todas las cosas. Si no quiere, mejor “Vaya, y vuélvase a su casa, no sea que muera en la batalla, no sea que otro lo estrene, disfrute o tome”.
Los oficiales vuelven a preguntar al pueblo quién es “hombre medroso y pusilánime”, para que vuelva a su casa, y no apoquen el corazón del pueblo. Estos hombres son cobardes, no son dignos del ejército de Cristo, serían una baja segura en la batalla, un estorbo para la tropa. Lo mejor es que se vuelvan a su casa, y no sean tropiezo al pueblo.
En la parábola de los dos hijos, el hijo que iba a ir y no fue, nos muestra algo similar (Mt 21:28-32). Todos aquellos que hicieron una confesión inicial de su fe en Cristo, pero que, al ver la realidad de la vida cristiana, y se llenan de temor, y no terminan saliendo a la guerra. Niegan con sus hechos, lo que afirmaron al principio.
Los que han puesto su mano en el arado, y vuelven atrás, no son aptos para e Reino de Dios (Lc 9:57-62). Recibieron el mensaje, se emocionaron, decían seguir a Cristo, pero al darse cuenta el costo de seguirlo, desertan, abandonan la carrera, o lo que hace la mayoría, continúan con un cristianismo tibio, light, cobarde, que es igual que desertar.
Algunos fueron sembrados en pedregales; son los cobardes, que, al ver la persecución por causa de la Palabra, desertan (Mt 13:20-21). No quieren sufrir, no quieren problemas, son cristianos hasta que saben lo que significa seguir a Cristo, hasta que empiezan los problemas por causa del evangelio, por predicar a su familia, amigos, cuando empiezan a tratar de vivir en santidad; terminan volviendo a su vida antigua poco a poco, a su casa; se van tras los caminos de la apostasía.
Otros fueron sembrados en espinos; corren por las riquezas mundanas, pero estas los ahogan, y son infructuosos (Mt 13:22). Aman el mundo, las riquezas, el dinero, la vida cómoda, corren tras esas cosas, se levantan todos los días persiguiendo sus sueños, caminan el cristianismo sin dejar de mirar sus sueños, caminan con un pie en la iglesia y otro en el mundo, por eso viven ahogados, ya que no pueden ser felices tratando de seguir a dos señores.
Todos ellos son tropiezo, comienza a edificar la torre, pero la dejan a medias, desertan (Lc 14:25-33). Hacen del cristianismo una burla, un ejército de cobardes, mentirosos, hipócritas, que no cumplen lo que prometen. Se blasfema el nombre de Dios por ellos. Hoy muchos pastores han apocado el corazón de sus ovejas; transmiten su cobardía a su feligresía. Lo mejor es que regresen a su casa. Solo los valientes heredan todas las cosas, y estos son cobardes, y hacen al pueblo cobarde; están destituidos del Reino, tendrán su parte en el lago de fuego y azufre (Ap 21:7-8).
Los oficiales les dieron permiso a los cobardes de irse, sobran en la batalla (V8). ¿Usted también quiere irse? ¿no quiere ir a la batalla? ¿quiere volver a su casa? ¿Quiere irse? (Jn 6:66-69). Puede hacerlo si quiere, ese es su problema, pero por favor no apoque el corazón de los demás, no sea tropiezo, váyase con su cobardía a su antigua vida, tiene permiso: “vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo”
Los oficiales finalmente despiden a los que no querían ir a la guerra para que se vayan a sus casas, y alientan a los valientes que van a la batalla (Dt 20:9-12). Los valientes son fieles a su confesión inicial por Cristo, han puesto su mano en el arado, y no vuelven atrás, no fueron sembrados en pedregales ni entre espinos, la torre la están edificando, y la terminarán sin importar el costo. Son una bendición al pueblo de Dios; valientes que salen a la batalla, que animan al ejército de Cristo a seguir combatiendo, y levantan a los de corazón apocado a enfilar sus espadas.
El Señor salió a la guerra con Gedeón y 300 hombres, que no se habían arrodillado a tomar agua; a los demás los mandó a su lugar (Jue 7:6-7). Dios no quiere un ejército con corazones apocados. Él quiere un ejército de hombres valientes, así sean pocos. Él siempre se guarda su remanente, los que no se arrodillan ante Baal (Rm 11:4).
El llamado es a dejar la casa y salir a la batalla. Es un llamado a morir. Es el mismo llamado a Abraham a dejar su parentela y tierra, para ir en busca de la tierra prometida (Gén 12:1-2). Es el mismo llamado hecho a Josué de ser esforzado y valiente; pues debían empacar y salir a tomar posesión la tierra prometida (Jos 1:6). Es un llamado a no temer, a dejar todo por el Señor, a dejar nuestros tesoros terrenales, a hacer tesoros en el cielo; Él ya nos ha dado el Reino (Lc 12:32-34).
Es un llamado a dejar la cobardía, a ser valientes, y no avergonzarnos de dar testimonio de Él en la batalla (2 Tim 1:7-8). Es un llamado a pelear la buena batalla de la Fe, a aferrarnos a la vida eterna, y a recordar que ya hicimos una profesión de Fe delante de muchos testigos, para no ser tropiezo (1 Tim 6:12). No es un llamado obligado, su pueblo se le ofrece voluntariamente (Sal 110:3).
Su casa no le impide ir a la batalla. Dejemos todo por amor al Señor. Dios nos recompensará. Hermanos, vale la pena dejar nuestra comodidad, casa, placeres, ídolos, tesoros terrenales, y todo lo que estorbe, para servir en el ejército de Cristo; recibiremos mucho más y mejor (Mc 10:28-30).
¡Jamás pensemos en volver! Abraham salió a la batalla, dejó su comodidad, su casa, su parentela, fue valiente, hoy goza de la Canaán celestial y todas sus promesas eternas (Heb 11:8-10). Pablo peleó la buena batalla de la Fe con valentía, dejó su casa, religión, títulos, abolengos por servir a Cristo; hoy tiene la corona de justicia (2 Tim 4:8). Muchos sirvieron al Señor con sus esposas y familia, sirvieron hombro a hombre en la batalla, como Josué (Jos 24:15). Pero no siempre es así. (2 Tim 4:7).
Hermanos, recuerde que el Reino de los cielos es para aquellos que lo abrazan con avidez, no para los cobardes (Mt 11:12). No podemos ser tropiezo, no apoquemos el corazón de otros, dejemos nuestra casa, salgamos a la batalla con valentía. Que estas palabras hoy no sean para ninguno de nosotros: “vaya, y vuélvase a su casa, y no apoque el corazón de sus hermanos, como el corazón suyo”
X SU GRACIA: Comunidad Cristiana
Escucha el sermón del domingo (17 de Mayo de 2020): «¡VAYA, Y VUÉLVASE A SU CASA!»:
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